Me levanté con el sonido del despertador como cada mañana, ese hijo de puta que no tiene piedad de mi y siempre me gana la batalla, dejando por heridas esas ojeras oscuras al rededor de mis ojos. Una vez asimilada la derrota toca el siguiente paso, hay que seguir ¿y qué mejor manera de seguir que perdiendo otra batalla? Es lo habitual, es lo normal. Ya no hay independencia del alma, hay dependencia de la rutina, esa que nos ataca día a día sin piedad, la cabrona nos hace pensar que al menos en vacaciones ganamos la batalla y nosotros como gilipollas nos lo creemos. No, nunca ganamos, siempre perdemos, siempre vamos a acabar igual hagamos lo que hagamos, todos seguimos la misma rutina, sin importar raza ni país. Después de la rutina del trabajo decido que no estaría mal ir de fiesta por ser viernes, una pequeña victoria, pero como la rutina del trabajo me ha dejado tan agotada, sólo voy a la cafetería-librería de la esquina de mi calle. Esos libros antiguos que han pasad...