El precipicio (Parte 2).

Después de no sé ¿tal vez días? ¿semanas? ¿meses? Lo encontré, encontré el precipicio.
Se alzaba en la lejanía con todo su esplendor, y es que era esplendoroso, tapaba el sol, parecía que él era el sol naciente, irradiaba belleza y luz.
Tardé lo que me pareció una eternidad el llegar hasta él, el subir por las sendas sin marcar, inventándome el camino con felicidad e ilusión por llegar.
Sí, en esos momentos era feliz, era feliz porque tenía una meta en la vida, por penosa que fuera.
Aunque lo hiciera con felicidad y entusiasmo no penséis que no me costó, me costó sangre, sudor y lágrimas el llegar a la cima de mi precipicio, para mí cada parte del precipicio era una parte de mi vida por superar, no se si eso lo hacía más fácil o más difícil, pero tenía que superar mi vida para poder acabar con ella, sino sería rendirme, y yo no me estaba rindiendo, simplemente decidí acabar de la manera más rápida posible.
Llegué a la cima y las vistas eran increíbles, cada mínima parte de vida se veía desde allí, las personas, las fotografías, los momentos, los recuerdos, todo estaba ahí.
Recuerdo una frase de mi madre “tienes que caer para poder impulsarte y sacar las alas para volar a lo más alto”, creo que ya sé su significado.
Dejo de admirar las vistas y recuerdo el porqué estoy ahí, así que miro las cicatrices de mis muñecas, mis heridas de guerra, sonrío al verlas y me viene a la mente el recuerdo de un niño pequeño pero con ideas de mayores, se dio cuenta de lo que me pasaba…
“- ¿Qué te pasa en las muñecas? – Ese día ni siquiera me molesté en ocultarlas, pero aún así, nadie se fijó en ellas excepto el pequeño que se me acercó en el parque. – Son heridas de guerra, o eso es lo que quiero pensar que son. – Respondí con una sonrisa triste – Ya las he visto antes, mi mamá también las llamaba así, ella también las tenía.- Me dio pena, pero más de su madre, lo que habría tenido que sufrir para llegar a ese extremo. - ¿Y ahora dónde está tu mamá?- respondí – Ella se fue, lloraba mucho, y le pregunté a papá, me dijo que algunas personas necesitan llorar para poder llenar su corazón de sonrisas; dejé de verla y papá me preguntó si recordaba las heridas de guerra de mamá, yo le dije que sí y él me dijo que cada persona que las tuviera era porque eran ángeles queriendo volver a su hogar, el cielo, y que era allí a donde había ido mi mamá.- Las lágrimas se me saltaron, el niño parecía querer llorar también, así que le abracé y le respondí – Tu papá es un hombre muy sabio-.”

Con este recuerdo salté y pensé “ya voy cuesta abajo, a velocidad de vértigo y sin frenos”, no llegué a tocar el suelo, pero aún así el alivio llegó, como mi madre y el niño decían, mis alas salieron y llegué al cielo.



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